CAMBIO es un término que genera sensaciones múltiples como actitud defensiva, rechazo y miedo, aunque por lo tradicional se da a la inversa, primero le tememos, luego nos defendemos y de última activamos una actitud de rechazo argumentando las más coloridas excusas y justificaciones, no obstante a lo largo de nuestro recorrido diario buscamos hacer las cosas  de manera distinta y cambiamos todo el tiempo, todos los días…. de ropa, de accesorios, de peinado, de colores, de sabores, de estilos, cambiamos de caminos, de foto de perfil en nuestras respectivas redes sociales, a veces incluso cambiamos hasta nuestra manera de presentarnos ante los demás y lo hacemos mediante apodos, diminutivos, o a través de algún término original que la creatividad y/o excentricidad  proponga.

El cambio externo es una exigencia, lo activamos desde la sensación de necesidad, resultando “fácil” ejercer un conjunto de cambios prácticos en la vida, sin embargo cuando el cambio es interno, cuando la exigencia va por dentro, como por ejemplo, adoptar otra actitud, modificar la idea respecto a alguien o sencillamente mirar nuestra creencia en función a un suceso cotidiano, esos cambios son costosos, dolorosos, y no siempre necesarios de ejecutar  “YA”, estos cambios llevan su inversión de tiempo, de energía y en ocasiones también de inversión financiera, como por ejemplo pagar por sesiones de psicoterapia o invertir en sesiones de coaching, y son esos costos afectivos y efectivos (dinero) los que nos resistimos a pagar cuando tenemos que hacer cambios internos, porque para los cambios externos siempre hay, o sino se inventa, se fabrica, hay más probabilidades de pagar la sesión en la peluquería, o la ronda de trago con los amigos que las sesiones de terapia o de Coaching.

Hacer las cosas diferente, de una manera distinta, eso es cambiar, es enseñarle al pensamiento recorridos nuevos y este proceso es el que resulta poco agradable, difícil, tortuoso, es el que nos saca de la zona cómoda, segura, conocida y confortable, por ello la resistencia, el rechazo y el miedo al cambio se activa ágilmente, más aún si el cambio es de adentro para afuera.

Cuantas veces incentivamos y promovemos cambios ajenos, aquellos cambios que querríamos hacer en metros cuadrados que no nos pertenecen… creo que varias veces en el día incluso, sin embargo cabe recordar que el querer cambiar o cambiarle al otro no es más que la expresión de la falta de coraje para atrevernos a cambiar desde nuestro propio metro cuadrado, de asumir nuestra responsabilidad personal de Ser y Hacer acorde a lo que tengo, quiero y puedo y no solo a lo que hay.

Cambiar es un indicador de evolución, de crecimiento, para muestra, observemos nuestra propia anatomía, a lo largo y ancho de nuestro ciclo vital fue cambiando para acomodarse y adecuarse a lo que hoy día es, se sincroniza a nuestro desarrollo personal y vivencial.

Al permitirnos hacer cambios también nos estamos actualizando, tal y como lo hacemos cuando le damos OK al pedido de actualización que nos solicita nuestro condicional aliado telefónico, quien desde la intención de hacernos más fácil las gestiones nos avisa que cambiemos y soltemos para tomar más de lo mismo pero en una mejor versión.

Y hablando de cambios, y sabiendo que el paso hacia afuera suele darse primero como un paso hacia adentro, te invito a un par de desafíos vivenciales para que te los respondas más que solo preguntártelos:

• ¿En este trayecto de tu historia que precisas hacer de manera diferente o distinta?
• ¿Que estás dispuesto a hacer o dejar de hacer para obtener lo distinto, lo diferente?
• ¿A cuántos miedos crees que estás de animarte a cambiar, y hacerlo diferente?

Atentamente.

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